EL
MUNDO
4 octubre
2016
Luis Quevedo
La longevidad pone en peligro el sistema sanitario y de pensiones.
La ciencia busca vías que nos permitan ser independientes y productivos muchos
más años.
¿Sabe
cuál es el principal factor de riesgo para sufrir cáncer? No, no es el tabaco.
¿Y para las enfermedades cardiovasculares? Se equivoca: ni la dieta ni la falta
de ejercicio. ¿Y de los problemas cognitivos? El alcohol no es la respuesta.
No. El factor de riesgo común y más predictivo para todas ellas es el mismo:
hacerse viejo. Pero cuidado, no vaya a pensar que la vejez es lo mismo que la
edad. El envejecimiento es un proceso biológico del que sabemos relativamente
poco y de cuyo desciframiento dependen, en buena medida, la viabilidad de
nuestro modelo social y el futuro de nuestros sistemas de pensiones y salud.
Que «la
edad cronológica es diferente de la fisiológica lo sabemos desde hace tiempo»,
dice Felipe Sierra, quien lidera la división de Biología del Envejecimiento en
el Instituto del Envejecimiento de EEUU. «Todos conocemos personas de 70 años
que tienen mucha actividad, van al gimnasio. En un estudio reciente tomaron
personas de 38 años en Nueva Zelanda y les midieron la edad fisiológica. Los resultados
variaron de los 25 a los 55 años. Depende de la genética, del estilo de vida:
cuanto y cómo comes, qué actividad física tienes, etc.», prosigue Sierra.
Sin
embargo, el interrogante científico es si podremos alguna vez desarrollar
fármacos que, en una pastilla, encapsulen los beneficios de dieta, actividad,
mentalidad y costumbres ortodoxas. Lo que nos jugamos en ello va mucho más allá
de la obsesión contemporánea por mantenerse joven y vigoroso. La sostenibilidad
de las ya frágiles estructuras sociales y productivas está en jaque.
Según
la Organización Mundial de la Salud, debido al aumento de la esperanza de vida
y a la disminución de la tasa de fecundidad la proporción de personas mayores
de 60 años está aumentando más rápidamente que cualquier otro grupo de edad en
casi todos los países. Entre 2015 y 2050, la proporción de la población mundial
con más de 60 años de edad pasará de 900 millones hasta 2.000 millones, lo que
representa un aumento del 12% al 22%.
Esto no
tendría por qué ser sino una buena noticia... si no fuera por un problema
básico de la biología que, hasta hace poco, apenas comprendíamos: «El coste de
morir en el último año de vida es tres veces mayor a los 80 que a los 100. La
persona que muere a los 80 muere de las enfermedades que todos conocemos
-cáncer, cardiovascular, etc.- pero el de los 100, está en buen estado de salud
hasta que de repente se cae y en dos semanas está muerto. El coste es muy
bajo», dice Sierra. Morir temprano sale caro, mientras que hacerlo mucho más
tarde, sale barato. Cada vez más personas llegan a viejas, pero no a tan viejas
como nos convendría.
«Morir con 80 años es tres veces más costoso
que morir con 100»
La
respuesta de la ciencia a este órdago de la modernidad es la gerociencia y el estudio del health
span un término que nos explica el doctor Nir Barzilai, director del
Instituto de Investigación del Envejecimiento del Albert Einstein College of Medicine de Nueva
York: «Los tipos del anti-aging
suelen ser charlatanes que te venderán remedios basados en nada y si te mueres,
no los denunciarás. Los del health span trabajamos con la biología y la clínica». Esta palabra
-health span- es uno de los
términos más esenciales para resolver el rompecabezas del envejecimiento
ineluctable de la población de los países ricos. Así como en inglés existe el
término life span, que
significa esperanza de vida o duración de alguien o algo; health
span es un inteligente giro al término que denota no
tanto la duración total -en años, meses o días- de una vida, sino el tiempo que
se mantiene con salud.
Barzilai lidera uno
de los estudios científicos más improbables que uno pudiera imaginar. Bajo las
siglas TAME -que en inglés es domesticar- los científicos están probando poco
menos que un elixir de la juventud: la metformina.
Esta molécula promete retrasar el cáncer, las enfermedades cardiovasculares, la
diabetes de tipo 2, el declive cognitivo y, finalmente, la muerte. Tras leer
esta lista no sería raro revisar la declaración que éste mismo científico hacía
unas líneas más arriba ante la sospecha de que tal vez él mismo sea uno de esos
charlatanes contra los que nos advierte. Pero no, nada de eso.
La metformina es una vieja conocida de la medicina, se
sintetizó en los años 20 del siglo pasado mientras se estudiaban los compuestos
con efectos antidiabéticos de una planta largamente usada contra esta condición
en la medicina tradicional, tanto asiática como europea, llamada Galega officinalis. Desde los 90 se usa como una de las
principales armas contra la diabetes en Europa y EEUU.
En
estudios con animales de laboratorio se ha demostrado su efecto contra el
envejecimiento ampliamente, también extiende la vida de gusanos de laboratorio,
lo que sugiere a los científicos que el mecanismo por el que logra este efecto
debe ser esencial a buena parte de los animales y probablemente funcione en las
personas. Demostrar esto es el objetivo del estudio TAME.
Si algo
así funcionara, el beneficio para muchas vidas -y muchas arcas nacionales-
sería tremendo. En un artículo publicado en Health Affairs, unos científicos argumentaban que retrasar en 2,2
años el envejecimiento en EEUU podría ahorrar «aproximadamente 7.100 millones
de euros en gastos sanitarios en los próximos 50 años».
El 'elixir de la juventud eterna' que promete
más es la metformina
'Elixires'
En el
peor de los casos, en el departamento de elixires de la juventud o, al menos,
del envejecimiento tardío, tenemos más candidatos a la altura de la metformina. «Hay una docena de compuestos farmacológicos
[que funcionan]», dice Sierra, «la acarbosa se usa
para tratar diabetes en Asia, en lugar de la metformina,
y tiene una buena historia de seguridad [...] La aspirina tiene un poco de
efecto [pero] lo que tuvo un gran impacto fue la rapamicina,
que se usa en casos de transplantes de órganos. Aún no conocemos sus efectos
secundarios en personas sanas ni a diferentes dosis».
El
problema con algunos de estos compuestos son estos efectos secundarios que, en
el caso de la rapamicina incluyen cataratas,
desequilibrio de glucosa y atrofia testicular, al menos en ratones, precisa
Sierra. Pero esto no debe desanimarnos, ya que, según su opinión, casi ninguno
de los medicamentos que se pueden comprar hoy en la farmacia, fueron un hit a
la primera. En su mayoría lo que compras pertenece a una tercera o cuarta
generación de investigación sobre una molécula que resultó prometedora.
Lo
curioso es que esta disciplina científica se enfrenta a un contratiempo
irónico: un tratamiento preventivo que reduzca el gasto farmacéutico es muy
poco atractivo para la industria que podría desarrollarlo. Al menos hasta que
las autoridades reguladoras no reconozcan al envejecimiento como una condición
a prevenir o tratar. El objetivo de TAME es demostrar que esa prevención es
posible y buena para las autoridades sanitarias y que éstas incentiven a las
farmacéuticas. Rudolf Virchow dijo que «la medicina
es una ciencia social y la política no es sino medicina a una escala mayor».
Los médicos y los científicos ya están haciendo su trabajo, ahora sólo nos
queda esperar que estemos a su altura a esa «escala mayor».